LA ENSEÑANZA DEL PAISAJE
Aún siendo el mayor de los pecadores
podrías recorrer el mar del error,
en la nave de la Verdad.
Bhagavad Guita
1
El Mal,
como lo llaman ellos, incide en el aspecto de quienes una vez recuperados
vuelven hacia la ciudad.
Las concentraciones de la nariz dan la pauta de la calidad
de vida,
antes de la operación, después de la operación, y a juzgar
por el poco deporte
que realizan, parece inútil el uso de bolsos y
las precauciones
en general. Es bien sabido que la falta
de trabajo produce descanso, y que el descanso
mal aprovechado
produce aburrimiento. En los edificios
a medio terminar, en los hoteles del Tigre y en todas
las islas que contienen la vegetación en forma de plegaria
hace su trabajo
más allá del país y su
aglomeramiento o partición.
No es raro encontrar
un bolso en los malecones, un muchacho dormido
junto a una pala clavada. Los milagros son como islas, ritmos,
en el agua
solidaria y comunal. Con ella llenan un balde,
bañan a un bebé o apagan un incendio,
y siempre es un golpe más fuerte
el que viene del agua aglomerada que se despista,
como los ángeles en el sunami
no supieron nunca qué hacer
todavía espero
que me recojan. Estás pálido. Lo suficiente para humillarte, digo
y me subo a la lancha. El río está blanco
como una nube.
La embarcación avanza.
Una pareja besándose señala
la cercanía de las cabañas.
Ahora se morían las olas en la orilla
y eran las cuatro con dos soles.
Pero la energía de cierto displacer
sonaba tristemente mientras la proa trozaba el espejo empañado.
Después, de las cabañas rodeadas de zarzas azules,
de los tilos arrinconados contra la costa.
Mucho después de armar
el bolso, la ropa, los recuerdos. Pero
el motivo se deshace a medida que avanzo,
por eso te elegí a vos
como confidente. Al acabar el verano las hojas invaden
el agua blanquecina,
habitan el malecón y la gota.
El trabajo y el recuerdo piensan en el hospital:
nada podrá escapar del gesto fantasmal de nuestras aperturas.
Al mediodía volvemos a la carne, por encima
del sexo las contracciones aumentan,
aumenta el movimiento del aire. Pareciera
que el río lechoso nos hablara por medio de giros o
de líneas parejas.
Mientras el hambre
trae transpiración o desmemoria y lucidez extraña: todo esto
que me quiere decir
horizontalmente la luz y no comprendo. El hospital del Tigre.
Y al ser tan
simples las hojas y las raíces expuestas nos sentimos
aterrados y hablamos del mediodía
que arroja
su brisa atravesando las islas del Oeste.
Siguió el modelo del futuro para elegir cada vez,
como al cruzar
Montes de Oca nadie lo viera,
pintó un nuevo amanecer con sangre a lo largo
de la pierna izquierda que permanecía vendada.
Alterado y acompañado por la honestidad
ve la cortina y se asusta.
Vienen a conversar con vos.
Detrás de los barbijos
como casas de castor: una madera mal plantada,
las piedras y
el resplandor que marean. En un mismo
lugar el exponente de luz y el maestro de medicina conversan
sobre las posibles soluciones para tu problema.
Pero al instante
abandonás la cama como si fuera domingo.
Toda la vida persiguiendo
la velocidad con la pierna que rompió
al haberla metido bajo el agua como a un bagre.
Entonces la velocidad se hace brillo
y la cama se transforma en un bote, nadie
se sorprende de
ver un móvil tan débil.
3.
Era la cama veintitrés y las cortinas azules no dejaban
pasar la luz, no sabía si era la tarde o la madrugada,
seguí oyendo
los gritos y viendo
mi sangre sobre la cuerina. No podía ser más veloz.
Se dice que entré sin respirar, a verme en el agua de la orilla mientras
armabas tus bolsos. Saludé, el pañuelo conmovió al puerto,
puerto humilde,
unas tablas
y la escalera que podía romperse.
Muertos de serenidad al escuchar
el motor, compitiendo
con los mirlos y la mismísima corriente
que rozaba la proa y la estela que dejaba detrás.
Entonces tomé
la raicilla con las manos y la saqué del barro,
anegada, hubiera
muerto.
La puse en tierra seca, debajo de un arbusto.
Moví la cabeza: vi millones de raicillas anilladas entre sí.
De lejos parecía tierra firme, ir es un pantano. Entonces tomé
otra raicilla con las manos. A fuerza de cultura llegué
hasta aquí,
pero esto no responde a tus preguntas. Estás centralizado
en una excusa que te permita seguir,
comprendo, si fuera invierno podrías solazarte
bajo el poncho, pero no tenés poncho,
apenas un saco color salmón, con el que recorrés los barrios
pobres donde la tristeza sonríe. Y este
es un milagro que no puede definirse al oír, el ruido
del agua alrededor de la lancha,
mientras la última hora te parece infinita como la corriente que te lleva,
del puerto a las islas,
donde las hortensias se mojan las rodillas.
Fue sin duda esclarecedor,
tu silencio. Cupo la posibilidad de un accidente.
Un descuido profesional. Pero al besarla sintió por primera vez
la contextura del aire
en una oración larga, dura, pronunciada por la Mente.
Nadie lo discute,
es el número uno, en unos de los
tantos grupos de los que solés hablar,
lo que aprueban todos,
lo que imitan que lo mantienen. Es un ermitaño
del siglo veintiuno que tiene un televisor para sentarse.
La embarcación
rodea una isla y se mete
en un riacho, donde las ramas cuelgan hasta doblarse,
y el agua es ahora negra como no tener con qué,
aquí ya no hay hortensias, se escuchan los mirlos
y está la presunción
de que hay un lenguado debajo.
Aunque no nos interese el río sigue.
Salir del río sería tomar
entre las manos arena y en la Mente
un paisaje de corazones azules.
Me bajo pero no lo abandono,
este malestar me inspira como pocas
cosas lo pueden hacer,
veo la hilera de hortensias,
los sauces en conjuntos pequeños por detrás de las zarzas,
tilos.
Veo la casilla rodeada de perros.
Los perros anuncian el trabajo,
y el trabajo anuncia a la angustia, porque el silencio
está
arrancando las hojas
y esparciéndolas por el suelo. Y aunque sanen mi herida
sé que no tiene fin,
y que los
motivos por los que me curan son apenas una pretensión
de equilibrio comunal,
una manía de conducir a la fe
que no tiene fe
y que no trabaja para la vida hacia un modelo
deportivo.
Mi sonrisa,
claro que la recuerdo.
Observo que la embarcación comienza
a deslizarse más rápido,
la corriente a nuestro favor levanta la popa y la empuja con las manos.
La casilla no está lejos,
cinco minutos de caminata y alcanzo la loma.
Sobre la loma está la casilla,
sobre la casilla hay un mirlo de cabeza rojiza.
Entonces sentí la emoción que corría por mis brazos,
apreté el botón, me recosté y miré hacia la ventana.
Las casas y los edificios pequeños
apretados donde algunos vidrios reflejaban el sol de las islas.
La sombra del árbol se hacía más grande, que el árbol mismo.
Qué pensé.
Nada, el agua
ya turbia por el atardecer se volvía misteriosa. Caminaba esquivando
las cañas
intentando ir derecho,
la noche sería una casilla sin luz sostenida por la tierra.
Te lo digo porque te oía conversar,
te pasabas un pañuelo por la frente,
quiero refrescarte,
con el recuerdo del calor de la casilla,
con el recuerdo de una barca que gira sin sentido,
pero que roza todos los sentidos al girar.
Adonde mire
veo multiplicarse, las florecillas turquesas
de las santaritas.
El agua que aquí es más clara define el valor de la mañana.
Si estuvieras conmigo no conversaríamos,
tomaríamos té sin pensar en las madres,
diríamos que un padre
es aquello que separa las cañas, sólo lo necesario para avanzar,
sólo lo necesario para avanzar. ¡¡¡Cuántas de tus bravatas
tienen ahora
sentido para mí!! Estoy aquí para
contarte que existe un lugar en el mundo,
un lugar muy grande y lejano y otra vez grande.
Todo esto es nuestro, te leo los labios
como si estuviéramos enamorados.
Entonces comprendí la insistencia de la emoción
y lo que ella quería que yo hiciera.
Me propuse entrar y dejarme llevar
por las hortensias,
las santaritas, las cañas,
los tilos y las zarzas azules. Tantas transformaciones para ser
un recién nacido. No tengo
un río que sea mío, tampoco sientes tú que tienes
lo que quieres.
Las manos, tal como las conocemos nosotros,
son un par de dioses delirantes.
Esto es realidad y a ti te asusta.
Hay que seguir,
sacarse los anillos
y entrar en los colores divinizados por la divergencia.
Mi pierna requería descanso, asegurado, mentalmente dispuesto
me preparé
para unos días de reposo, por las ventanas enormes veía
las estrellas difusas por la luz de la ciudad.
Y no parecía ser distinto a lo demás,
ejemplo y reflexión,
yo dormía y saboreaban mi sangre, se sabe:
un hospital presume todo, y de todo presume.
Más: el espejo del río asegura que nos vemos bien.
El otoño es un día virulento, la primavera
con su anillo de bodas y el invierno ya viejo,
sin nietos, sin hijos y sin mujer, se miran pasar.
El verano parece diferente,
su aspecto es el de una primavera para siempre.
Vemos los tilos instalados, firmes. De mucho
me deshice para llegar hasta aquí, es importante saber elegir
entre lo útil y lo que nos sirve,
nos parecemos tanto a lo que necesitamos
que no logramos desvincularnos al instante,
como es necesaria el agua para el pez,
y la luz genuina que filtra la hoja que todavía no cae.
Estoy en el cielo destrozado como un rostro,
purificado de la mezcla de paciencia y malestares,
estoy acompañado
por un fuego que no arde,
a pocos pasos del río donde también hay estrellas.
Un momento de estupidez y todo se transforma.
Considerá, entonces,
que la madrugada y el oxígeno serán necesarios,
cuando saltes esa cerca que te tiene detenido.
El odio por el cielo es normal,
el aburrimiento y la ira son hermanos,
la enfermedad y el poder son parientes lejanos.
Ninguna pregunta, ese no es tu problema.
La compañía casi continua,
a través de tus brazos tu alejado lugar,
volver a dormir para siempre cada noche y
soportar a tus amigos y los caprichos
de la realidad que te rodea. Pero esto se está poniendo difícil,
y tus brazos no parecen dar abasto,
con toda la mercancía que sube
y la mercancía que baja, vieja ya, en la saliva,
en la orina.
Grave es no amar, la emoción no es sólo un líquido
que chorrea de tu Mente.
La autocompasión te puede llevar a viejo.
En parte la orilla y en parte el río mismo marcan el progreso,
no sabemos qué es atrás pero lo señalamos,
hoy que la isla cumple años deberías estar,
los miles
de colores de las ramas confirman la información. Y bajás
porque te
esperan en la orilla, y eso no es ser valiente, sabés,
que lo que sigue es un juego de niños frente al
verdadero paseo que
te prometiste. Esta es tu forma,
¿cuál podría ser
si no? el río serpentea y está siempre en fuga,
visto desde el Norte,
desde el Sur parece que siempre está llegando.
Hace muchos años que estás cabeza abajo.
3.
Siento tu cuerpo con mis pies, ya no avanzamos.
El aburrimiento brillante
teje una manta de estrellas.
El conocimiento se come las uñas mientras mira en el agua los reflejos.
Se puede comprobar con un palo, en las orillas.
El lanchero
penetraba en los cursos populares, de grado o por fuerza y,
según los casos, ponderaba más o menos la resistencia
de la embarcación. Las estrellas yacían en el agua,
de una lisura admirable…
los tramos cada vez más cortos me confundieron
en colaboración con el cansancio de mi cuerpo.
De la ribera
venía un vocerío confuso, la certidumbre se hizo también a un lado.
Por el diálogo de la mirada veo pasar
una rama seca,
veo burbujas
en el agua oscurecida por la oscuridad,
pasan camalotes llenos de desinterés.
Fascinado alcanzo a tocar uno
y siento un picor. El veneno de todas estas cosas
es de una seducción
indestructible. En el espejo,
en la ribera que murmura, en la lancha que ronronea y
se sacude febrilmente
mientras el lanchero sueña con el desierto.
Tacuaras punzantes, pajonales podridos.
Regresaban derrengadas
las imágenes del día, los últimos minutos en que
la luz volvió granates
al agua y la maleza. Todo lo que falta ahora va tomando
cuerpo, en una
revancha donde la nitidez
se agacha para que pase un viento de colores.
Morados, los brazos siguen recibiendo el reposo que te falta.
En un camastro, sobre la cuerina manchada con sangre.
En un edificio sin terminar
con treinta por piso.
En una noche en la que el verano no pesa,
desde la lluvia nos llega la revelación esclarecida de un labio,
que se dobla y se levanta,
que baja, se estira, reposa. Cómo
llegué hasta aquí, me asombra la dulzura del trauma.
La frialdad que rompe las ventanas
también ha venido a que la escuche,
pero duermo un sueño que
desenfoca mis recuerdos, y quiero
dormirme como un policía, quiero que me traten como a un policía.
Detrás no hay secretos,
adelante la aguja marca 93. Sigo sintiendo dolor.
Entran por los ojos los paisajes, la Mente y
lo que llaman inteligencia
sobrenadan y, a punto de colapsar,
se refugian en un recuerdo todavía inmaduro. He visto y veré tu cuerpo
que se hunde con el frío,
acompañando con gemidos
el transporte hacia atrás.
Amasada por la necesidad se transforma en lo vivido y no se atreve a recibir órdenes,
el agua la representa muy bien.
No tiene
rumbo, avanza
reconociendo lo profundo,
diferenciando lo profundo de lo alto, hacia
los espacios todavía vacíos que la llaman.
El candor indiferente arrasa la ribera.
La orilla retrasa el aspecto acostumbrado mientras
las aves
recuerdan la evidencia. Ha conseguido cambiar aquella
regularidad que nos tranquilizaba. Cuando permanecemos
en el cambio no valoramos
la constancia, no valoramos la quietud. Pero cómo
deseamos
la aparición que
representa a la
madre fría que vuelve
con el último beso entre las faldas.
Me
imagino si yo fuera tu
Mente, pero quedo mudo si me lo planteo a la inversa.
Duermo. Puedo
esperar que las transformaciones se produzcan. La aventura
me trata amablemente
y aflojo los
párpados. Junto a la costa,
la lancha está atada a un palo podrido.
Surge la mañana mezclada de penumbra,
cada madrugada le deja un rastro de desesperación.
4.
Me precipito por una barranca mora,
he pisado mal y he tropezado con una roca,
mi pierna está resentida.
Sigo insistiendo como un árbol talado, encuentro mi paso debilitado
pero continuo
fascinado por un arroyo que parece comprenderme.
Cruza la isla como la Cicatriz de la Bondad.
Es una historia
paralela,
un recuerdo que vuelve a encarnar en este día,
en que los pájaros no se alejan y estimulan mi insistencia.
Detrás de
un muro de tacuaras
encuentro al río, allí se deforma el arroyo hasta desaparecer.
Recorro
la costa custodiada por tacuaras,
los pajonales podridos perfuman el aire,
entre el agua y las tacuaras apenas
hay unos centímetros de barro,
camino como un egipcio para no caer al agua.
Hace frío y no
importa. No voy solo.
Desde que me crucé contigo
me acompaña tu problema,
pero aún no sabría aconsejarte, porque estoy
hechizado por el olor a podrido y
concentrado
en mantener el equilibrio, las tacuaras
retroceden unos metros más adelante,
estoy por llegar a la casilla. Mi pierna parece haberse
recuperado, voy a calentar agua y frotarme
la hinchazón con un trapo. Atrás de los vidrios
vibra la ciudad,
sólo veo las crestas e incluso algunas construcciones
no parecen acabar,
se pierden en lo alto del vidrio.
Por consejo
del médico estoy bebiendo
mucho, los medicamentos, al parecer,
son densos y difíciles de digerir,
mi pierna hinchada no me molesta, me molesta
la honestidad de los que
trabajan aquí, me molesta la
soberbia del jovencito que me palpa
como si fuera una fruta y estuviera en el mercado. En casa tengo
una tuna, no muy a mi gusto, que me trae problemas con mi
mujer.
Imparcialmente puedo
decir que es bonita pero en cambio, si me comprometo con mi fantasía
debería decir que me transporta, y que da
cada día un mensaje de cierto tipo de luz que nadie reconoce para mí.
Sabiendo que es incomprensible no se lo comento a nadie.
En el patio
tomamos tragos y hablamos de Vivaldi.
Mis amigos son estúpidos,
y yo no soy más.
Mi tesoro, mi único tesoro es una obsesión y
su posibilidad. Estoy sentado en un muelle abandonado,
varias de las tablas
se han deshecho por el sol y la humedad y han colapsado,
me saco los zapatos y me arremango
los pantalones, paso mis
piernas por uno de uno de los huecos y
llego con ellas hasta el agua, sumerjo mis
pies hasta
los tobillos. El día está
frío y el agua también, sin embargo hasta
el sol está muy fuerte y a los pocos minutos
siento que me arden la cara y el cuello.
La pierna
lastimada no me duele, el frío del agua
es un calmante
pero en cambio
siento al frío como daño en la pierna que tengo sana.
Esto no me sorprende: aquí liberado puedo meditar con naturalidad,
no tengo que consensuar
con nadie hasta
qué hora voy a quedarme mirando el agua.
Llega la Luna y todo empeora,
lo que sucede es que no hay luz, la luz
es la que no llega lejos... Contradicción.
Los obstáculos son
también parte de mi pensamiento y no quisiera que recibas
una
idea equivocada acerca de cómo es mi Mente. Sobre
todo sabiendo que esperás que te responda rápidamente,
pero llevo
seis semanas recorriendo la
zona y en las pocas cabañas y casillas en las que incursioné
no supieron que decirme sobre
tu problema. Mi nombre es
Santiago, soy periodista. Y a renglón seguido
les relataba todo tu embrollo. Muchos dieron un portazo, y otros tantos
me trataron como a un simpático demente, me convidaron
galletas y té. No te
angusties, estoy con
lo tuyo de aquí para allá. Mañana me recoge
una lancha a las cinco y media.
Arrogancia o paradoja, ironía o desinterés.
Nada, escuchá. La certidumbre endurecida por la entrada,
a la vida resuelta casi por completo.
En la orilla dos
pájaros buscan comida. Los hombres cuando buscan
se encuentran
con su orilla
y mareados, también, prefieren decir
que el agua es el final.
Aseguran entonces que han acabado de revisar todo,
absolutamente todo
lo accesible. Sin embargo
podríamos contar las miles de maneras que impulsan y
permiten la transformación del estómago,
la transformación de la vista.
Si yo no estuviera convencido del poder que generamos juntos
hace
mucho me
hubiera ido, ¿Cómo podría creer en tus palabras o
en lo afiebrado de tus preguntas?
Ocurre que también a tu edad perdí
confianza en mi naturalidad. ¿Cómo podría esperar
un final positivo? Estaba en un parque
rodeado de pinos y sentí, de pronto,
que los árboles eran personas.
Empecé a mirar mejor, vi hombres y mujeres, jóvenes y
niños, ancianos. Tomé a una niña por las ramas.
Entonces todos los árboles comenzaron a mirarme,
me miraban y miraban a la niña y me comparaban con un aprovechador,
un anciano dejó caer una
piña y me golpeó la cabeza. Vi pasar las nubes de blanco a gris,
entendí que se trataba de una gran familia o
de algo así como una comunidad.
Y lo cierto es que el cielo
me rodeó como a una montaña,
transmitiéndome toda su intensidad
en la inminencia de un rayo,
poco después de una gran explosión
que acompañada de viento
hizo que un muchacho torciera su espalda hacia atrás, mientras una mujer
sostenía el equilibrio endureciendo la cintura.
5.
Mi rostro no estaba en el agua.
Seguía concentrado mientras el frío me
subía por las piernas. El frío
trajo temblores esporádicos. Volví a mirar
el agua pero mi rostro no estaba,
sólo comprobé que
el ardor de mi cuello no había disminuido.
Los tobillos insensibles más el estómago ansioso.
Me daba miedo que
llegara el final. ¡Tenía tanto,
por fin, que hacer por vos y por mí!
¡Tenía el sentido de mi vida al alcance
de las manos! Pero el cuerpo me ponía un tope. El agua
helada me expulsaba
de la concentración mientras
el sol me atraía y me mantenía
con la vista clavada en el agua lechosa,
buscaba mi rostro entre los pajonales, mis huellas
llegaban desde la casilla un poco
interrumpidamente:
por el movimiento
lentísimo del barro que había cubierto algunas,
por las huellas de algunos animales que habían cruzado las mías.
Nos amenazan,
verdad. Nos
instan a detener toda transformación, verdad. Con el dinero
que se
lleva la corriente se
escapa nuestra dignidad, asistimos a un enfrentamiento
mientras
cambiamos de lugar. Si fuimos niños
mimados no se explica, dicen, que llevemos una vida
con un cuerpo y con
un deseo que
también se transforma,
sólo porque quiere alcanzar al agua
que se va,
para que vuelva
de la muerte o del misterio calmo de sus partes, se mezclan.
Todos los
hospitales están en la orilla, los médicos
aterrorizados por la corriente
se refugian en su credo,
un credo de obediencia a las entrañas y
oposición a la ensoñación
de la sangre
que recorre la carne como una aventurera.
Somos la sangre de un mundo que no para de nacer,
según compruebo en las estrías de esta caña,
que ostenta unos brotes verdísimos y tiernos.
La costa arenosa y
morada, mi ropa
mugrienta y la limpieza de mis objetivos, la claridad que
marea al plantear
que sólo la alcanzaremos a través del vagabundeo y
la atención.
Contigo y nuestras fuerzas juntas avanzo hacia una vivienda,
dejo atrás un muelle
masticado por la corrosión, frío y calor,
me encuentro con esto
cuando la puerta se abre. La casa
está abandonada, soy el huésped de una ruina reciente.
Las sillas
con las patas apretadas por las arañas.
Miro al piso como un murciélago.
La casa rodeada de lajas está
lejos de la costa, y he caminado media hora hasta dar con ella.
Ningún vidrio roto,
el frío y el calor son una misma cosa,
la presencia y el abandono no pueden distinguirse,
aquí la aventura se vuelve inaccesible,
sobre todo cuando
compruebo que
pasando la cocina hay una puerta que da a un taller.
No mis manos, la pala,
las herramientas y el color de las paredes son tristes.
Un lugar ideal para trabajar.
Hay restos de tallas y una soldadora, hay una montaña de
hierros oxidados,
dos vidrios enormes dan al camino que lleva al río.
Siento un ruido
que viene de Barcelona, veo un bebé retorcido en una cuna de mimbre.
El padre no reconoce que sueña de noche,
y de día cuando lo intenta, se sabe,
no puede y entonces, toma hasta emborracharse,
jugo de zanahoria. La mujer lo cuida
tanto que no tiene tiempo de pensar en él, y su trabajo
también lo distrae de tal
manera,
que ya no puede comprender la diferencia entre amor y vigilancia. Su casa
es un cuartel. Su cuerpo
es un martillo que golpea las sábanas, así y todo, sonríe
en las reuniones y
parece estar muy motivado. En realidad está
desesperado desde que terminó el bachillerato y no se
atreve a aceptar un compañero,
en cambio yo estoy contigo porque tu llamado no cesa, no quiero
que mates a tu
hijo, entendeme,
vendrá seguramente cuando llueva sobre tu mujer,
entre el relampagueo furtivo
y la luz difusa,
un exceso lleva a otro exceso,
y como el amor es una locura que todos compartimos,
espero que sepas sostener la respiración en la tormenta.
6.
Mi respuesta no es Dios. Tu respuesta no está
en el desierto de
Atacama.
La solución no sería
dibujar un círculo en la arena y sentarte a esperar.
La solución es que me
aceptes como
compañero y confíes en mi ignorancia.
Mi pobreza está llena de posibilidades.
De las veces en que me propuse ayudarte ninguna fallé,
cierto, y mi cansancio todavía
no encaja en ninguna
clase de desesperación. Duro como un vidrio.
Sólo hay una manera
de detenerme, y sabés de qué estoy hablando
en cuanto a mi
aventura y su final. Su final es tu sonrisa. ¡Me emociona tanto
pensar
en el regreso! ¡Qué charla que
vamos a tener! En tanto, procurá no estar sólo,
sostené tu esperanza y
no claudiques. A mí me esperan unas semanas de barro y
movimiento.
Me encargo, la próxima espero que puedas ayudarme,
sé que estás verde,
pero existe un alimento que no se degrada
y que permanece y se recupera por la bondad de tu boca.
Hay aquí tantas alusiones a tu problema
que me es imposible dar un paso atrás.
Sólo la belleza nos
obliga, la costa que se acerca y se aleja nos obliga,
a pensar en
nuestras manos como
un par de cosas importantes. Comprendés que así como se hace un tejido,
una manta para transitar
por las montañas más altas, se hace una mermelada de durazno. A veces
hace calor, otras nieva copiosamente y las casas
parecen dueñas del volumen.
Aunque escuches a los perros desde la
orilla, no es
seguro que haya alguien que te atienda. El frío filoso me rodea,
camino para mantener el
calor, tu problema
regresa a mí cuando junto a la senda,
veo el esqueleto de un
pajarito. Recuerdo
la cuerina y entonces,
veo tu rostro iluminado por mi promesa.
Te doy un té y no podemos evitar
referirnos a las madres.
El malhumor resalta que la idea que tenemos
ahora de la vida es insatisfactoria.
A esto se suman, el cansancio por la
hora, y por el corazón, el
cansancio de la sangre.
Podemos hacer de esta vida la Burbuja de Sumatra,
o podemos trasladarnos y disentir,
o aflojarnos el cinturón,
cruzar diez veces la frontera,
aunque nada de esto
garantiza nada.
El vacío que sale de las tazas nos envuelve por completo.
No sé dónde está. Conseguí
averiguar la zona, la región donde posiblemente
encuentre a alguien
capaz de contestar. La pregunta no es compleja,
por el contrario, es muy simple.
De todos modos y ya
que yo tengo dinero hago lo que se me ocurre.
La respuesta es compleja.
Salvar la sangre que te enciende y colorea tus ojos es mi obsesión.
Si fueras un hombre ya,
entrarías por esta misma frase,
o en una pausa cualquiera,
a este mundo donde la duda florece
y descarga su emotividad,
dedicada enteramente a cuidarnos. En el baño
me peino y me lavo.
El piso empatrullado sostiene
la cama y la mesa
de luz, pero yo estoy hundido.¡Mirá la comida que me dan!
Siento furia,
ese es mi problema, tengo furia por no poder caminar,
y sentir que a tanto
vagabundeo no le he dedicado la
suficiente atención.
Después de la respuesta no entendí,
en cambio me sentí calmado
cuando me llegó
la siguiente pregunta.
El médico se jactaba de haber partido la manzana.
En tanto siga costando tanto no quiero volver
al tema. Tengo
la fruta entre mis manos y debo responder. Exigente. Nunca
oí un pedido tan
genuino y general, algo así como cómo debe ser
la “Clave del Amor”.
Arturo y yo
seguimos buscando. No sé. Hace años que no lo veo,
no tomó la lancha el día aquél. Dame
un motivo para no seguir.
La presión se transfigura
cuando los pajonales podridos pasan
como nubes por debajo del muelle.
El hambre hipnótico
realiza su trabajo y se hace de lo necesario. Pasan dos
lanchas
con rumbo
desconocido. Los motores
se escuchan todavía después de que las lanchas desaparecen.
Atraviesan la maleza en monos de sonido.
Han tomado un curso menor,
y lo grande del río comunica su enseñanza en el ostinatto del marrón.
¡¡Cuántas aves cruzan de un lado
al otro del río,
durante un largo silencio manchado de colores brillantes!!
Los nidos quién
sabe donde están, pero el
espacio de la utilidad es claramente el aire poblado de perfumes.
Sacáte la corona y poné los pies
sobre la tierra. La lluvia
que ahora está marcando, el fin
de una aventura
dentro de otra gran aventura, el cansancio del cuerpo que no
admite ningún
argumento. Fuera de toda certidumbre tus pies saben,
lo que tu boca
no sabe es que yo llevo ya seis semanas sin jugar,
porque buscar en
donde nadie perdió nada
parece estúpido, en cambio me consta que regularmente
se triunfa por acciones como la mía. Subo
a la lancha. Son las cinco y media.
7.
Añoro el inicio. Todo era tan sorprendente y me sentía
tan motivado por resolver tu problema. Cuando te digo
que no juego no estoy jugando.
Soy estricto, deploro la fantasía, pero
las santaritas alrededor de las cañas y las cañas,
a lo largo de la orilla,
me conmueven como a otros los conmueve
un accidente de tránsito.
Aquí el que juega se aburre, paradoja que
lo verdadero nos dispara en la cara desde cada vida viviente
que pasa,
de la ausencia a la presencia, sea por un giro de la lancha,
sea por
inventar un camino y dejar, la organización antigua
del espacio.
El paisaje por los ojos sólo se recorre por telones sucesivos,
a medida que avanzamos se van abriendo
y uno tras otro nos presentan
una distribución razonable y peculiar, ¿o nunca
te asustaste por alguna razón?
No me importan este tipo de planteos, la cuestión es
que sigo adelante,
y que me humilla la belleza hasta
pensar que es un diseño realizado por... Siento temor.
Esto que hago
no tiene recompensa. Tengo una idea inútil.
Quiero compartirla con
vos y tus amigos, quiero pegar carteles por toda la ciudad.
En cambio me
conozco y sé que voy a guardarla para mí,
para que sea mi descanso
frente a las cosas incomprensibles y dolorosas.
Qué querés,
estoy solo y tenés que comprenderme, a diferencia de un
espejo
“la carta” opina,
sobre todo cuando no tiene “texto”. Así es aquí y en todas
partes.
Esta es la idea que me está conmoviendo:
soy barro en el que raíces y pájaros abrevan según su gusto,
soy un bambú que no te reconoce,
a no ser como bambú,
a no ser como tacuara punzante,
porque la naturaleza
nos teme terriblemente,
porque el poder y su dentadura
contra nadie fueron
más despiadados.
Ahora veo un agujero donde metieron un bote, ¿qué pasa abajo?,
permanezco sentado ¿qué pasa alrededor?,
alrededor hay
ciertas cicatrices que fantasean con la acción.
Un brote cargado,
musgo alrededor de una piedra.
Siguen pasando pajonales podridos.
Lo que veo es un
calendario, puedo
anticipar las tormentas,
puedo calcular los momentos de calma,
y lo uno
mezclado con lo otro. Una capacidad misteriosa pesa la piedra,
luego palpa el musgo.
Nada menos necesario que preguntar
lo evidente.
Cuando tu problema encarnó,
otra presencia lo acompañó cariñosamente.
Fantasmas de las orillas avanzan hacia mis pies.
Ahora es distinto.
Veo un sauce volcado como un moribundo.
La visión se agudiza.
Los yuyos parecen cruces.
El cementerio llega y me rodea.
Me incorporo y veo pasar el agua bendita.
Me emociono al sentir en mis brazos la corriente
que pasa. Duermo
por momentos. Transpiro y tengo frío, sucesivamente,
los arqueros
patrullan las camas con olor a muerte.
El análisis que yo hago de la situación es patético.
Estoy en un circo donde
sobran payasos,
donde los leones se tropiezan
y se llevan los aros por delante. Miro mis
sábanas, la silla, la cuerina manchada con sangre. ¿Qué locura me está
rodeando,
dependiendo como dependo,
de la inclinación de
una aguja?
Nunca había imaginado esto que es algo así como un Reloj de la Vida.
Es importante.
¿Qué explicación tendría si no semejante emplazamiento?
seis
pisos de engranajes hipertróficos,
un médico cada cuatro pacientes, cuatro enfermeras por
médico. Me parece que me estoy confundiendo,
y no sé si hago bien en quedarme en la carpa
porque quizás debería salir y mirar para comprender,
y responder para preguntar.
Estuve seis días en una jaula abierta,
pensé en los monasterios del Tibet. Un médico ve
nacer y morir, sonrío al instante, sucesivamente se van
enlazando la
ausencia y la presencia. La desaparición es histórica y no
debería
exigirnos ningún razonamiento.
Para la salida un bolso y mi sonrisa, poca
gente parece sentir alegría,
acá en las islas el ritmo es otro,
la potencia del paisaje lo arrastra todo.
Sólo nos queda agradecer y disfrutar:
la intimidad está extendida, lo cual no es un secreto. Acepto.
Mi voz
retumbó en la cabina de la lancha. Volví al espacio
para los pasajeros y me recosté.
Los lancheros son personas serenas,
han asimilado con lentitud la enseñanza del paisaje,
han aprendido
a irse y a volver,
han visto cientos de despedidas y recibimientos,
han transportado mujeres a punto de parir hasta el hospital,
han llevado cadáveres de ahogados,
han visto serpientes y peces y saben
distinguir las islas por sus formas y tonalidades:
más ocre,
oval,
angosta y larga,
verde oscuro,
alta,
verde amarillento. Por un momento me siento
un tonto mientras le miro la nuca.
El pelo del color del río me impresiona.
Estamos llegando.
La acumulación de maniobras coloca la lancha junto al muelle.
La maleza
controlada me recibe respetuosamente,
en cambio la humedad casi humana
se introduce rápidamente por mi vestimenta.
Siento el frío en una imagen dominante.
8.
De esta suerte no paraba de sembrar envidia,
y más en pequeños corazones,
que de todo se llenan fácilmente. Lo que no considero
tu problema, tu problema es cómo asignas miedo
a zonas de felicidad. Podría pensarse que
es razón de la corriente,
que el agua que se va enturbiando,
despacio nos insta y murmura sobre la muerte.
En los pasillos del hospital, mientras esperan
los ascensores y se ven en las orillas de un espejo.
También fácilmente se aburren de los milagros diarios,
esa es la orilla a la que yo le temo, no reír ni
llorar más, aunque
me gustaría entender a Buda un poco mejor.
Sabés de lo que hablo,
está oscuro y nos alejamos
de la costa,
el río se ensancha y las orillas no se ven.
Pantanosas,
cenagosas,
fangosas,
tremedales y anegadas.
¿En lo que sabés de mí qué hay, que te inspire confianza,
que te prometa cierto tipo de lucidez,
para jugar el juego que aburre?
Tenés que entender que con esto
termino. Mirando el río. Mirando
las orillas. Bajo de la lancha.
Son las siete y media y la luz empieza a escasear,
está bajando la marea.
La sombra de los tilos que cae sobre el agua
se confunde con la oscuridad del río,
sólo superficie.
Y nadie hubiera creído allí,
al oír la ternura de las voces
que quien reía entonces con las criaturas
era el mismo hombre de acento duro y breve de media hora antes.
Y que quienes en verdad
dialogaban desde hace mucho eran la sombra incipiente y yo.
Cerré de nuevo los ojos, porque lo que yo quería ver
era muy distinto de los crudos reflejos de la senda laqué,
y del marco del espejo del lanchero,
también laqué.
Las mismas costumbres adentro y afuera del río,
la profundidad debería guardar, pensé,
en su secreto plomizo y arraigado,
una descripción de la noche detallada
como en ningún otro sitio se podría dar. Pero prefería hablar
en movimiento: del hospital y las islas.
Las criaturas cambiaban de la imagen al perfume,
y la humedad acentuaba
la cercanía de las ramas tronchadas para trasladar a los caballos.
Parecido a una locura. Con algo más de significado,
algo más de
permanencia y amalgamamiento.
El río corre sin reglas ni medida, miro mejor,
en cualquier dirección y a cualquier hora del día.
No existen cauces para la libertad de su carrera,
ni normas para el despliegue de su energía.
Posee una extraordinaria velocidad y un ardiente deseo
de correr.
De modo que se da todo entero
en sus disparadas salvajes.
Completamente concentrado en el perfume
y el furtivo desenrollarse del río, cuento con la participación
de la inteligencia también.
Para recuperarme del silencio lleno de inquietas escenas,
para determinar la procedencia de una lancha
o el paradero del perfume de una planta que no veo. La vegetación
y sus sucedáneos: el caballo y la parrilla.
Me aburría la continuidad de la iluminación
y sólo pensaba en dormir, en dormir la
estridencia
y el brillo del atardecer que ardía
mientras el agua se retiraba rápidamente.
Melancolía, sentí tristeza. La oscuridad como carencia me
impulsaba a realizar nuevos experimentos,
en su mayoría equivocados, fallidos. Traté de revivir
un sauce y no pude, allí sí que pasó la corriente,
retirando del tronco las gamas
del ocre y el marrón,
ablandando la corteza,
desnudándolo como a un niño sucio.
Como si las grandes voces que supieron realizar una abertura
en la orilla y el río
y convertir todas las visiones en un deseo no hubiesen sentido
el abandono o la intemperie.
Mi soledad se confrontaba con el paso de una lancha. Obreros,
los primeros, luego las madres y los niños. Adelante. Mi lápiz puede
quebrarse en cualquier momento.
Tenemos que seguir amigo,
sobretodo nosotros, no importa que se hunda el mundo,
que el tiempo se consuma en un abrir y cerrar de ojos,
la puerta que nos espera
combina el color del pasado con el color del futuro.
Y con un motivo mucho más secreto y poderoso que el nuestro
permanece
mirando pasar a todos a través suyo.
Pero existe un nuevo amanecer, en el que los tilos nuevos en un verde nuevo sobre la orilla nueva regresan. Recuerdo. Regresa el viento nuevo con el sonido nuevo de las nuevas lanchas.
9.
A partir del día once se ven los resultados, el cuerpo empieza
a transformarse en oso. Y algunas de sus señales
son muy características. Por ejemplo en el pecho.
Nos recuperamos pronto y comenzamos a planear nuestra próxima aventura,
ya que el entorno es otro,
al final
de las manos, podrías combinar esto con los diarios,
para obtener la mejor interpretación de la época.
No te interesa.
Ok, dejame tomarte de las manos, relajate,
aquí está la época,
con sus héroes que resultan ser muy poco prácticos,
están embobados por la brisa primaveral
que los visita. La piel no se opone jamás. Los ojos no se oponen jamás.
Nos mareamos y sentimos alegría. Pensabas
que preguntando te ibas a salvar del esfuerzo pero
no es así, por fin estás dando al parecer,
una reacción positiva
al responder a mis comentarios sobre la
averiguación
que estoy haciendo.
Te lo agradezco, es bueno distinguir,
si uno está solo o si lo han abandonado.
Mi humor está muy poderoso. Si no hubiese vuelto
tendría una idea muy diferente sobre tu preocupación. Pero resulta
que me siento fuerte como un motor, y mi cuerpo
es una lancha que avanza contra la corriente.
Los pajonales podridos nos
anuncian la opinión de la naturaleza,
esto es belleza me digo, y termino riendo como un jovencito.
Al acabar el traslado tomamos el equipaje, la mochila,
los bolsos de mano, la bolsitas
con comida. Lo que viene es una incursión todavía más intensa de
lo que fue hasta ahora.
Pero tengo certidumbre, la escena es especial,
la embarcación avanza y badea todas las complicaciones del Paraná.
De rodillas es investigar, caminar es investigar, entre los sauces
nuevos en la nueva ribera, del nuevo perfume de
las flores nuevas que consigue que olvidemos el mareo,
por tanta realidad suprasensible. Comprendo que sólo a vos te interesan:
las casillas que brillan en el medio de la noche,
los perros angustiados que corren rodeando la luz,
las zarzas que sabemos azules pero
están agrisadas y tumbadas.
La luna estropea todo
y en la complacencia de un amanecer imposible
nos refugiamos juntos,
comemos,
hablamos de las madres
y del atavismo mortal de nuestras propias visiones.
Tenemos que recuperarnos. Todavía no visitamos
los altos y presentimos bien. Allí donde los isleños son
más rudos todavía que en las cercanías donde estamos:
función de fuerza,
sorda y de zarza ardiendo,
la palabra colgando de otro palo.
Estamos necesitando un cambio de comunidad
y no nos atrevemos a decirlo, en cambio
utilizamos todas nuestras fuerzas
para transformarnos a nosotros,
un disparate bastante extendido que no se sabe de
dónde viene. A cambio el río tiene un origen,
y podemos rastrearlo hasta congelarnos.
Esto es bien sabido, lo que no se sabe es que detrás de
la luna y el viento ciclotímico
hay un refuerzo de vida para detener al río,
para tomarlo con las manos y ponerlo de pie.
Su altura no puede medirse,
y el escándalo complica el goce de los gestos
de una cultura como esa.